martes, 20 de octubre de 2009

Un dilema positrónico... a la chilena (Cap. 6-Final)


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Fue un período largo, con varios períodos de inactividad, pero aún así este relato ha contado con la participación de muchas personas que han disfrutado con él y que han decidido el curso de la historia. Muchas gracias a todos y no me queda más que animarlos a que sigan participando en los nuevos proyectos. Y es que hoy llegamos al final de este Dilema, lo que no significa que sea lo último que se sepa de éste relato. Espero en poco tiempo tener una sorpresa que enriquezca aún más la experiencia de leerlo.


Humanos, Robots, ¿qué diferencia hay?


Carlos se asomó serenamente al cuarto de Jaime y con su característica voz sintetizada, dijo:

—¿En qué puedo servirle, señor?

Al ver entrar y oír hablar al robot, el pequeño se arrebujó contra el pecho de Alan, intentando ocultarse de éste. Su padre, no sin cierto esfuerzo, buscó la mirada de Jaime entre sus brazos. Cuando por fin consiguió ver su rostro, notó de inmediato que sus mejillas estaban muy coloradas y que poco faltaba para que estallara en llantos, armando una pataleta que, sin duda, sería inolvidable.

—Hijo, escúchame —dijo Alan intentando abortar el inminente escándalo—. Carlos vino para pedirte disculpas, porque él no quería hacerte daño. Todo lo contrario, lo único que quiere es ser tu amigo y jugar contigo, ¿no es verdad? —preguntó dirigiéndose al robot.

De pronto se hizo un silencio que resultó ser mucho más incómodo que cualquier berrinche que podría haber hecho Jaime. Su rostro estaba un poco más sereno, pero se notaba que le estaba costando trabajo tranquilizarse. Se podía apreciar en su respiración, aún un poco agitada. Todavía había un riesgo inminente de pataleta.

Los intentos de Alan por calmar a su hijo estaban dando sus frutos, pero no se había dado cuenta de que sus palabras habían tenido un efecto muy diverso en el robot. Su cerebro positrónico había recibido el mensaje con toda claridad y el conflicto se desató de inmediato. Antes no había podido determinar con total certeza si sus actos u omisiones habían causado algún daño al pequeño Jaime o a algún otro miembro de la familia, pero ahora había escuchado a otra persona, su propio dueño, decir que lo había hecho. Él debía ser, en consecuencia, el causante del sufrimiento del niño.

—Señor, temo que tendré que retirarme.

Carlos, sin esperar una respuesta, inició su andar hacia la puerta, pero una suave voz infantil lo detuvo:

—Espera, Carlos, no te vayas.

El robot detuvo su marcha en seco y volteó la cabeza para mirar a Jaime. El niño se apartó del regazo de su padre y se acercó a Carlos. Lo miró durante un buen rato de pies a cabeza, con mucha calma. El cerebro del robot seguía en conflicto a causa de lo que estaba ocurriendo, sin poder determinar si el mal que había causado era tan grave como para desobedecer la orden que Jaime le había dado. Para evitar sufrir mayores daños, Carlos se mantuvo quieto, a la espera de lo que sucedería a continuación.

—Te perdono, Carlos —dijo Jaime con total inocencia y candidez.

Alan reaccionó con un suspiro de alivio y Lucía, que oía todo cuanto ocurría dentro de la habitación sonrió y derramó unas lágrimas de emoción al escuchar las palabras de su pequeño. Carlos, por su parte, no tuvo más tiempo para hacer nada, salvo dar media vuelta y esconderse detrás de la cortina, pues Lucía había entrado en el cuarto para abrazar a Jaime. La mujer tomó al niño en sus brazos y lo estrechó con fuerza contra su pecho.

—Te amo, hijito.

Alan se acercó a ellos y los rodeó con sus brazos. Notó que Lucía, en lugar de reaccionar con malestar, apoyó afectuosamente su cabeza sobre el hombro de su marido.

—Mamá, papá, los quiero mucho.

—Y nosotros te queremos a ti, campeón— contestó Alan. Acto seguido, miró hacia la ventana y dijo—: Carlos, ven, ya puedes salir. Ya todo está bien.

—No puedo, señor.

—¿Por qué no puedes?

—Hay, Alan, por Dios —soltó Lucía con falso enfado—. ¿Cuándo vas a aprender? Hay que hablarle fuerte para que haga caso. ¡Carlos, ven para acá! Quiero verte ahora mismo.

La orden de Lucía fue tan severa, que el robot no pudo hacer más que cancelar la orden anterior de salir de su vista, y se plantó frente al grupo familiar.

—Si mi hijo, que aún es un niño pequeño, es capaz de aceptarte en nuestra casa, no veo por qué yo no podría hacerlo, también. Bienvenido a la familia, Carlos.

La actividad del cerebro del robot disminuyó considerablemente, reduciendo los conflictos que se habían provocado en sus sendas positrónicas y cuyos efectos sólo podrían determinarse con el paso del tiempo. Pero de momento, ya todo estaba mejor, el robot ya no se consideraba una fuente de daño para la familia.

Jaime se bajó de los brazos de su madre y se paró nuevamente frente al robot.

—Carlos, agáchate.

Como sus articulaciones no le permitían adoptar una posición de agachado como la de los humanos, Carlos apoyó una rodilla en el suelo y mantuvo la otra pierna flectada. El niño se le acercó y lo miró durante largo rato directo a los ojos. Algo en la mirada de Jaime convenció a sus padres de que ya no sentía pena ni rabia hacia el robot. Todo lo contrario, después de observar con detenimiento los ojos de Carlos, el niño se le acercó aún más y, rodeando con sus brazos al robot, se colgó de su cuello.

—Párate —le dijo.

Carlos se puso de pie y sostuvo a Jaime con sus brazos para evitar que cayera.

—Ahora volvemos a ser amigos, Carlos. Y no me importa que mis compañeros me molesten.

—¿No? —preguntó el robot—. ¿Por qué?

—No. Porque ellos están picados y por eso me molestan, porque no tienen un amigo como tú y porque yo quiero que siempre seamos amigos.

Lucía y Alan contemplaban la escena con ternura, pero su sorpresa fue mayúscula cuando, al terminar Jaime de hablar, observaron que en el rostro de Carlos se había dibujado una fugaz sonrisa. Ambos se miraron perplejos, preguntándose si lo habían imaginado o... ¿sería realmente que aquel “ser” sin sentimientos ni emociones había comprendido lo que era la alegría y la satisfacción?


1 comentario:

Eve dijo...

Me sorprendió que finalizará la historia, aunque se trate de un lapsus, o sea algo momentaneo quizás (o comiences un nuevo proyecto). Sin embargo, es un buen final, y me deja la cuota de ternura que me(nos) hace falta. Conclusión: hasta el ser más inanimado puede sonreir...

Gracias! y un beso :)