lunes, 28 de mayo de 2007

Un dilema positrónico... a la chilena (Cap. 3)

Paciencia. Que gran virtud. Lástima que se la ve tan poco hoy por hoy. Pero sé que ustedes la tuvieron y les aseguro que se verá recompensada con este nuevo capítulo en que el relato ya comienza a tomar forma. Y la decisión que ahora deben tomar será trascendental para el curso de la historia.
Gracias a todos por su paciencia. Y ahora, a disfrutar, que de eso se trata la vida.
Ah, y no se olviden de votar y de invitar a otros para que compartir esta narración ("apoyemos al artista nacional". Cliché fome y repetido, pero funciona).


El Complejo de Frankenstein

Los escasos segundos que se tomó la funcionaria estuvieron a punto de colmar la paciencia de Alan. Sin embargo, para alivio suyo, la atribulada mujer le dijo:

-Aquí tiene, señor. Buen viaje y disculpe las molestias.

Alan recibió los boletos notando el temblor en las manos de la mujer. Era un atado de nervios y, pese a que lo intentó, no pudo evitar evidenciarlo.

-Gracias, señorita. Nos vamos, Carlos.

A medida que el robot se alejaba, la funcionaria fue recuperando la compostura y sus nervios comenzaron a calmarse lentamente.

Por su parte, el ánimo de Alan también se fue calmando mientras caminaba. Pero todavía faltaba pasar por los trámites de extranjería y el pobre supuso que los problemas no habían terminado para ellos. Pero, para sorpresa suya, el agente de extranjería ni se inmutó cuando llegó hasta su ventanilla el lustroso robot.

-Good morning, sr.

-Good morning –contestó Alan en su imperfecto inglés al tiempo que entregaba sus documentos y el certificado de US Robotics con la identificación de Carlos.

-So, you are travelling with this robot, rigth?

Alan miró al robot, esperando que interpretara lo que el agente había dicho.

-Dice: “va a viajar con este robot, ¿cierto?”

-Yes –respondió Alan, sorprendido por la serenidad del agente.

-There’s no many peolpe travelling with something like this. The robots scares them.

-“No hay mucha gente viajando con algo como eso. Los robots los asustan”.

-Ya me di cuenta.

El agente de extranjería tomó algunos segundos en verificar la documentación de Alan y el certificado del robot y se los entregó de vuelta, deseándole un buen viaje.

Después del trámite, Alan deambuló por los pasillos del aeropuerto, seguido por Carlos, sumido en confusos pensamientos. Nunca había prestado atención a aquellos que se burlaban de su loco sueño de tener un robot, de quiénes le decían que no era más que una idea ridícula. Pero desde que estaba con Carlos, cada vez que se acercaban a alguien, Alan había notado como intentaban hacerse a un lado o se ponían muy nerviosos y evitaban tener contacto con ellos. Incluso llegó a pensar que tal vez efectivamente era un bicho raro por su extraña afición por los robots. Pero el reciente encuentro con el funcionario de extranjería le mostró que no todos les temían. A lo mejor no les agradaban, pero su presencia no les producía alergia. Tal vez él no era el único “bicho raro” al que le agradaban. ¿O lo era?

-Señor, es el último llamado para abordar nuestro vuelo –dijo Carlos interrumpiendo las meditaciones de su dueño.

Alan había estado tan sumido en sus pensamientos, que no había oído los anteriores llamados por altoparlantes. Y, como no quería perder el avión, corrió presuroso a abordarlo. Y, tal como era de esperar, la azafata quedó perpleja al ver que iba acompañado por un robot. La asistente recibió maquinalmente los pasajes que le estaba entregando Alan y le dijo:

-Please, wait here, sir.

Y desapareció entrando en la cabina del piloto.

-¿Qué rayos le pasa? –se preguntó Alan atónito.

-Sólo dijo que esperáramos aquí.

“Sí, ya sé” se dijo Alan a sí mismo bastante molesto. No necesitaba que el robot tradujera absolutamente todo lo que le decían.

Al cabo de un rato regresó la azafata y, antes de que dijera nada, Alan le preguntó:

-¿Hay algún problema, señorita?

Ella, al darse cuenta de cual era el idioma original del pasajero y usando el tono más amable que pudo encontrar, le respondió:

-Señor, me temo que el vuelo ha sido sobrevendido, pero hay un par de lugares en clase ejecutiva que pueden usar usted y su…

La mujer miró de soslayo al robot, como si de esa manera fuera suficiente para darse a entender. Pese a lo extraño que suponía ser la situación para una línea aérea tan prestigiosa, Alan aceptó de buen grado y buscó los asientos que le había asignado la azafata. Por supuesto que se encontraban en un rincón lejos de las miradas de los demás pasajeros que viajaban en la misma clase que, para fortuna de la tripulación, no eran muchos.

Alan le ordenó al robot sentarse junto a la ventanilla, a pesar de que a él mismo le hubiese gustado ocupar esa plaza, pero imaginaba que sería lo mejor si quería evitarse más molestias.

Una vez que el avión estuvo en el aire, Alan le preguntó a Carlos:

-¿Crees en lo que dijo la azafata?

-¿A qué se refiere, señor?

-Eso de que el vuelo estaba sobrevendido.

-No, señor.

-¿Por qué?

-Lo primero que me lleva a concluir eso fue su reacción al verme. Estaba muy nerviosa y eso quedó claro cuando volvió con nuestros pasajes, pues le costó mucho trabajo mentir. Era cosa de ver la expresión de sus ojos y el ligero temblor en sus manos.

-¿Puedes notar cuando alguien miente?

-Sí, señor. Hay señales que para mí son muy evidentes. Puede que sea más difícil con algunas personas, pero no era el caso de la asistente de vuelo.

Luego pasaron varias horas en que no cruzaron palabra alguna. Y no era porque Alan no tuviera ganas de conversar, sino que porque aún le rondaban en la cabeza sus anteriores pensamientos. Le atormentaba en particular la última pregunta que se había hecho: ¿era realmente un bicho raro? Y si así era, ¿por qué era él el bicho raro? Claro, a la mayoría no le agradaban los robots, incluso la mayoría les temía por alguna razón. Pero eran ellos los que padecían del famoso complejo de Frankentstein, no él. Fuera lo que fuera que eso quisiera decir. A Alan le costaba comprender ese temor irracional a que una creación humana tan útil y fascinante pudiera ser superior a sus creadores, tanto física como mentalmente. Un robot era prácticamente inmortal desde el punto de vista de lo efímera de la vida humana y no tenían problemas para desarrollar las labores físicas más pesadas y sus cerebros positrónicos les permitían realizar operaciones mentales a una velocidad 300 veces superior a la de un cerebro humano, sin contar la cantidad de operaciones simultáneas que podían llevar a cabo. Muchos temían que fueran a ser reemplazados en sus trabajos por un robot. Y el miedo a quedar sin empleo estaba presente en muchas personas.

Para Alan era todo mucho más simple. Los robots eran muy útiles para realizar aquellas labores que eran desagradables o muy riesgosas para los seres humanos. Incluso en el hogar podían ser de gran utilidad ayudando a simplificar las tareas domésticas y aumentar la eficiencia del presupuesto familiar. Y por si su utilidad sirviera de poco como argumento a su favor, además estaba las tres leyes de la robótica que garantizaban que fueran mucho más seguros que otos útiles inventos humanos.

Finalmente Alan se cansó de tanto darle vueltas al asunto y se decidió a charlar con Carlos. Por supuesto, la voz metálica del robot provocó que muchos curiosos se voltearan disimuladamente para observarlo. Los otros pasajeros se veían incómodos, pero ya no había nada que hacer más que aguantar hasta que el avión aterrizara.

Al cabo de varias horas de vuelo, el avión se posó con suavidad sobre la loza del aeropuerto de Pudahuel, donde el recibimiento no fue muy distinto a la despedida en Estados Unidos.

-Bienvenido a Chile, Carlos –dijo Alan un poco triste al ver que la reacción de la gente era igual que en todos los lugares donde habían estado antes.

Por alguna razón esperaba que al menos al funcionario de Policía Internacional no le incomodara la presencia del robot. Pero no fue así.

-Buenas tardes, señor, sus… -dijo el policía y se quedó sin voz al ver a Carlos.

Alan entregó su documentación y el certificado del robot al funcionario quién revisó que todo estuviera en orden y los despachó rápidamente. Y como luego debía pasar por la aduana, le ordenó a Carlos que esperara en un lugar apartado.

-¿Dígame, señor? –dijo la agente aduanera. -¿Tiene algo que declarar?

Alan se limitó a entregarle el certificado del robot.

-¡¿Un robot?! –exclamó ella sorprendida.

-Si, un robot –contestó Alan con fastidio.

La agente aduanera timbró el certificado y el formulario que Alan había llenado en el avión y le explicó que el robot estaba exento del pago de impuesto aduanero debido a los tratados de doble tributación entre Chile y Estados Unidos para la importación de tecnología. Por supuesto que a Alan no le interesaba más que saber que no tenía que pagar impuestos.

Después de su “fascinante” declaración, Alan fue por Carlos y comenzó el paseo por el aeropuerto. Todos se volteaban para verlos sin disimulo y la gente cuchicheaba entre sí. Era muy incómodo escuchar los constante “mira eso” o los chillidos de “¡un robot!” que profería una que otra jovencita cuando les veían. Al menos habían llamado la atención.

Pero había algo que preocupaba más a Alan en ese momento: su esposa. Era sabido que ella no era precisamente una más de los bichos raros fanáticos de los robots. Por el contrario, era de las personas “normales” a los que les desagradaba la idea de compartir el mismo espacio con un ser artificial. Bueno, por lo menos nunca había dicho que le daría miedo estar en presencia de uno de ellos. En todo caso Alan estaba muy nervioso pensando en como reaccionaría su esposa. Su corazón latía como un redoble de tambor y, cuando salió del área de “llegadas internacionales”, parecía que se le iba a salir del pecho. Cuando la vio, corrió a saludarla estrechándola en un fuerte abrazo. Ella también estaba nerviosa, eso se notaba.

-Ven, mi amor, quiero presentarte a alguien. Lu, el es Carlos, nuestro nuevo robot; Carlos ella es Lucía, mi mujer.

-Es un gusto conocerla, señora. El señor me habló mucho sobre usted.

Los segundos siguientes fueron eternos para Alan, quién veía pasar la eternidad ante sus ojos. ¿Cómo iba a reaccionar su mujer?




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jueves, 17 de mayo de 2007

Presentando a Kamken (un grato paréntesis)

Gracias a todos quienes disfrutan con esta esta página y aportan eligiendo su opción preferida Hace bastante más de un mes que publiqué el segundo capítulo del Dilema Positrónico y sé que muchos estarán ansiosos por leer lo que sigue. Así que parto con pedir las disculpas del caso por mantenerlos en ascuas y la razón es que, por estar estudiando para mi examen de grado, se me hace un poco difícil encontrar un tiempo para escribir. Sin embargo voy a hacer lo posible por continuar durante estos días y publicar antes de que termine el fin de semana largo.

Y mientras eso pasa, les quiero presentar a la banda chilena Kamken y el video del primer single de su nuevo album, "Disco Vital", titulado Primitivo Afecto.



Este es el tercer disco de esta banda de rock progresivo y, según las mismas palabras de su bajista y vocalista, Miguel Torreblanca, es de gusto más masivo que sus anteriores placas.
Kamken va a realizar el lanzamiento de este nuevo album en las siguientes fechas:

1er lanzamiento: viernes 15 de junio
ex-teatro U. ARCIS / actual café del teatro
metro santa ana (agustinas/norte sur)
entrada: $2.500 - 22.30hrs
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2do lanzamiento confirmado!!!
jueves 12 de julio en el living (cine arte alameda)
Alameda 139 - Santiago / Metro Baquedano
entrada: $2.000 - 22.30hrs

Para mayor información, visiten la página http://www.kamken.cl/
También pueden ver otros videos en: http://www.youtube.com/results?search_query=kamken&search=Search